Una bella historia y ejemplo para argentinos


Por Mariano Rovatti
Recientemente, se ha estrenado en la Argentina la película "Invictus", dirigida por Clint Eastwood, y protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon.
La obra se basa en el libro "El factor humano" del escritor y periodista inglés John Carlin. Este autor alguna vez se desempeñó en el Buenos Aires Herald, y habla un perfecto castellano con acento argentino, según pude comprobar escuchando un delicioso reportaje hecho por Víctor Hugo Morales.

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Actualmente, trabaja para El País de España, y fue durante años corresponsal en Sudáfrica, mientras se producía la liberación y ascenso al poder de Nelson Mandela, y con él, el fin del oprobioso Apartheid, sistema institucional de segregación racial creado en 1948.
Nelson Mandela integró el Congreso Nacional Africano, organización inspirada en las ideas del Mahatma Gandhi, que propugnaba métodos de lucha no violentos, como por ejemplo, campañas de desobediencia civil contra las leyes segregacionistas. Ideológicamente, el CNA proponía un socialismo africano: nacionalista, antirracista y antiimperialista.
La militancia y creciente liderazgo de Mandela en este movimiento le costó años de persecuciones y cárcel, mientras recrudecía la represión oficial en Sudáfrica a través de distintas formas, incluso matanzas como la de Sharpeville, en 1960.
Mandela fue condenado a prisión perpetua en 1964, y confinado a la cárcel de Robben Island, en donde estuvo detenido durante 27 años en condiciones aberrantes.
Sudáfrica se hallaba marginada del mundo por el Apartheid.
Su derogación y la liberación de Mandela era una demanda internacional, generando un progresivo aislamiento en todos los ámbitos, con las obvias consecuencias políticas, económicas y sociales. Presionado por estas circunstancias, el presidente Frederik De Klerk, comenzó a desmontar el esquema del Apartheid, liberando a Mandela en 1990. Ambos compartieron el Premio Nobel de la Paz en 1993.
Mandela triunfó en las elecciones de 1994, convirtiéndose en el primer presidente negro de Sudáfrica. Puso en marcha una política de reconciliación nacional, manteniendo a De Klerk como vicepresidente, y tratando de atraer hacia la participación democrática al díscolo partido Inkhata, de mayoría zulú.

La película gira en torno a un hecho real: la participación de Sudáfrica en el mundial de rugby de 1995, que organizó y finalmente ganó, tras ajustadas victorias sobre Francia y Nueva Zelandia en los partidos decisivos.
El aislamiento sudafricano también se había expresado en el ámbito del deporte. En muchas disciplinas, estaba vedada la participación de sus equipos nacionales. El mundial del ’95, era su primera participación en el máximo certamen del rugby, a través de su selección nacional, los Springboks, “gacelas” en castellano.
Los Springboks eran el emblema mayor del deporte más popular entre los sudafricanos de raza blanca. Para la mayoría negra, el rugby y los "boks" eran símbolos de la opresión de aquèllos. El filme muestras un partido disputado un año antes del mundial en Johannesburgo, contra los Wallabies (Australia), en el que los espectadores negros festejaban el triunfo visitante.
Más allá de su tosquedad, el rugby es un deporte táctico como pocos, que exige una gran solidaridad, compañerismo y sentido colectivo.
Además de ser un pacifista convencido, Mandela era un líder político pragmático y realista. Si bien la mayoría negra lo adoraba, sabía que el ejército, los bancos y las empresas estaban en manos de los blancos. Si no los incluía en un único proyecto nacional, un golpe de Estado lo derrocaría y la guerra civil se extendería por todo el país.
El mundial era la ocasión ideal para avanzar en la construcción de la unidad nacional. Resistiendo la tentación de ejercer una política basada en la venganza y la revancha –que deseaban la mayoría de los negros y temían los blancos- Mandela logra imponer en el ámbito deportivo el mismo espíritu de reconciliación que venía impregnando su política general. Yendo contra la corriente, evita que se modifique el color de la camiseta y el nombre de la selección, aunque ya se había cambiado el himno y la bandera del país.
En ese contexto, convoca al capitán de la selección, Francois Pienaar, lo involucra en su proyecto y le pide que el equipo recorra el país, popularizando el rugby y la selección entre los sectores más pobres de la sociedad, todos de raza negra. Todo el equipo era blanco, excepto el mulato Chester Williams.
El contacto directo con el pueblo derrumbó los prejuicios de los rugbiers, que incluso llegaron a cantar el himno zulú durante la Copa del Mundo, que a la postre conquistó.
A partir de allí, lentamente el rugby fue convirtiéndose en un factor de unidad. En el último mundial, disputado en Francia en 2007, el plantel contó con ocho morenos. Tras eliminar a Los Pumas en semifinales, Sudáfrica volvió a coronarse campeón venciendo a los ingleses en la final.

El mensaje de la película gira en torno a la fuerza liberadora del perdón.
Tras 27 años de prisión, humillaciones, torturas, y una condena a muerte que pudo haber sufrido, el corazón de Nelson Mandela pudo haberse llenado de odio. Cuando recuperó la libertad y llegó a la presidencia, bien pudo haber desatado una ola vengativa. Era lo que esperaban de él sus seguidores y sus enemigos.
Pero tuvo la grandeza de perdonar, y liberarse de la pesada carga del rencor.
Por necesidad o convicción, Mandela dejó atrás el pasado, y se dedicó a construir el futuro de su nación, en el que entraban negros y blancos, sin exclusiones.
Mandela terminó la presidencia, y se retiró de la vida política. Hoy, con 92 años, es un prócer vivo y puede considerárselo el padre da la nueva patria sudafricana.
Su historia es un ejemplo para el mundo, y sobre todo para los argentinos.

Hemos vivido entre el fuego cruzado de unitarios y federales, peronistas y antiperonistas, etc. Gran parte de la primera línea dirigente de hoy fueron jóvenes militantes durante los años setenta. Algunos de ellos tomaron las armas y todos fueron víctimas de persecuciones, torturas y muertes durante la dictadura de 1976/83.
"Volvimos" dijo alguien en la Casa Rosada el 25 de mayo de 2003. Muchos integrantes del gobierno que asumía habían sido militantes de los setenta. Pero allí faltó un Mandela.
Perdonar no equivale a consagrar la impunidad. Es sano para la República que la Justicia procese y condene a los responsables del terrorismo de Estado, y que avance en la búsqueda y hallazgo de niños apropiados ilegalmente.
Pero también es sano para la nación que ese proceso sea sólo judicial; que no se utilice para encender odios, revanchas o para descalificar opositores por cuestiones de la coyuntura del momento.
La lógica de los "fierros", aprendida en los años juveniles, no sirvió entonces, y menos sirve ahora. Posiciones irracionales, antagónicas y radicalizadas son el sepulcro de cualquier proyecto de progreso nacional. No puede ser que cada asunto gubernamental se convierta en una batalla encarnizada, tratando de enemigo al adversario.
Es necesario despojarnos del odio y de la descalificación del oponente para la construcción de un país. El actual esquema de poder invita a dejar de lado esa forma de hacer política. Tras las elecciones de junio, y la asunción de los nuevos legisladores, el nuevo escenario impone la necesidad de negociar, discutir y acordar.
Como decía el poema leído por el personaje de Mandela en la película, sólo así seremos capitanes de nuestra alma y dueños de nuestro destino.
Buenos Aires, 13 de febrero de 2010.

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